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Viene de aquí.

(Advertencia: esto es una obra de fan-ficción. La mayoría de los personajes aquí descritos son propiedad de DC Cómics. Aún así, queda prohibida la reproducción total o parcial de este texto sin el consentimiento del autor)


Como muestra del miedo y la ira que sentía el dios de las tormentas, el cielo entero se cubrió de nubes negras en un instante. Nubes que se agitaban como si en su interior una bestia monstruosa quisiera liberarse de la prisión que la había mantenido encerrada durante eones. Nubes que eran la propia esencia de Thor, de sus sentimientos más profundos, de sus pasiones más intensas, y que ahora, con la escena que se desarrollaba ante sus ojos, encontraban la catarsis para surgir por completo y sin control. No podía pensar con claridad, ni razonar que aquél no era su Asgard, ni ése el Ragnarök que durante una eternidad había estado esperando; sólo sabía que debía luchar, enfrentarse a los demonios que allí se congregaban. Porque a pesar de no tener la apariencia que deberían, allí estaban Surtr, y Jörmungandr, y los ejércitos de cadáveres de Hel y de gigantes de Jotunheim... Y su hermanastro Loki al frente de todos ellos.

Su grito fue un trueno que desgarró las alturas, mientras lanzaba a Mjölnir contra la serpiente inmensa que habría de matarle al final en aquella batalla apocalíptica. El martillo encantado partió dejando tras de sí una estela de relámpagos, ardiendo con el fuego de la creación que le había forjado. A su modo, también aquel objeto estaba vivo, y odiaba tanto como su dueño a Jörmungandr, el feroz reptil que salpicaba de veneno el universo en aquellos tiempos proféticos. Ni siquiera él, igual que Thor, distinguió las diferencias de aquella serpiente con respecto a la que tantas veces antes se había enfrentado, y cruzó la distancia que los separaba como una centella dispuesto a atravesarla.

Sin embargo ocurrió lo insólito y Mjölnir nunca llegó a su destino. De pronto una figura ataviada con una larga capa esmeralda se materializó en el camino del martillo y, para sorpresa del dios asgardiano, cuando éste intentó evitarla para proseguir su marcha imparable, lo aferró deteniéndolo en el aire. Mjölnir se debatió en su mano intentando escapar, pero fue imposible; luego ambos, la extraña figura y el mazo mágico, desaparecieron en lo que dura un parpadeo.

Thor se quedó mirando el espacio que antes ocupaban sin podérselo creer. Nada en el mundo podía detener a Mjölnir. Ninguna mano que no fuese la suya estaba autorizada a tocarlo siquiera, porque aquel martillo le pertenecía por entero. ¿Quién era aquel ser? ¿Cómo podía haber desafiado la voluntad de Odín haciendo lo que había hecho?

—Me llaman Espectro, asgardiano —dijo una voz tras él—, y no reconozco más Dios que Aquél que me creó.

Thor se giró con rapidez, dispuesto a enfrentarse a la amenaza, pero el hombre de la capa no parecía representar ningún peligro para él. Seguía sujetando a su martillo, que ya no hacía el menor esfuerzo por escapar de su mano.

—¡Devuélvemelo, criatura, seas lo que seas, o juro que habrás de enfrentarte a mi cólera! —rugió, aún poseído por el ansia de combatir a pesar del estupor que experimentaba.

—Sólo si me das tu palabra de que no intervendrás en lo que sucede allí abajo. —Espectro señaló a la ciudad envuelta en llamas y los ejércitos enfrentados en el valle cercano, ambos a los pies de la montaña donde ellos estaban—. No es tu guerra, y de hecho si la haces tuya puedes provocar una catástrofe.

—¿Cómo que no es mi guerra? ¡Es Ragnarök! ¡Claro que es mi guerra!

—Fíjate bien, hijo de Odín. Mira a los combatientes. ¿No te ves acaso a ti mismo también entre ellos, o a alguien que se parece mucho a ti? ¿No ves cómo mueres envenenado por la serpiente, y al hombre del anillo verde que te sustituye en la lucha?

El dios del trueno volvió la vista hacia el odiado combate final que debía destruirlo todo, y sí, tal como decía aquel enigmático personaje, se reconoció a sí mismo peleando a muerte en el valle de Vigrid. Aunque no era él, supo que de algún modo se estaba viendo en aquel guerrero que armado con otro martillo acababa muriendo mordido por aquella Jörmungandr que no era Jörmungandr.

—¿Cómo es posible? —susurró apenas.

Ahora distinguió también a las coloridas formas que ayudaban a los guerreros de Asgard: el hombre del anillo que había mencionado Espectro, otro que corría tan rápido que apenas era un borrón rojo, otro más disfrazado como un gato negro, dos personas aladas... Se giró hacia su misterioso adversario de nuevo.

—¿Qué es esto?

—Algo que no deberías estar viendo —explicó Espectro—. Un error que ha de corregirse, y que se corregirá tal vez muy pronto. La locura de un hombre llamado Adolf Hitler que quiso ser más poderoso que el propio destino e invocó un Ragnarök cuya hora aún no había llegado. Ahora ese Ragnarök está atrapado en un bucle temporal, y así ha de seguir permaneciendo hasta que sea el momento propicio para el auténtico fin de los tiempos. Pero, como te he dicho, tú no deberías verlo. Sea lo que sea que te ha traído aquí, fue otro error. Ahora coge tu martillo y márchate. Hay... Sí, ahora lo veo. Hay algo que te está persiguiendo a través de los planos de existencia. Algo terrible y muy poderoso. Vete, hijo de Odín. Procura que ese ser no te alcance.

Espectro le entregó el martillo y, nada más tocarlo, hizo que el dios del trueno desapareciera. Luego miró a las alturas. Nyarlathotep se acercaba, pero Espectro le dijo que se marchase, que Thor ya no estaba allí. La maldad del Primordial le golpeó como algo físico.

—No te temo, mensajero del caos —respondió telepáticamente—. Aléjate de aquí tú también o te las verás conmigo.

El Primordial no respondió. Sólo le interesaba Thor, no perder el tiempo enfrentándose a aquel ángel vengativo. Espectro sintió que el dios oscuro se alejaba de aquella realidad justo cuando Waverider aparecía en ella. Era la hora. Entre los dos harían que aquel Armageddon llegase al propio Infierno y acabase con la amenaza de Abraxis y sus daemones.