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Viene de aquí.

(Advertencia: esto es una obra de fan-ficción. La mayoría de los personajes aquí descritos son propiedad de DC Cómics. Aún así, queda prohibida la reproducción total o parcial de este texto sin el consentimiento del autor)


La criatura llamada Espectro se materializó a varios metros del suelo en aquel mundo perdido fuera del tiempo y del espacio. Flotaba ingrávido, sin parecer tampoco afectado por el viento seco y abrasador que lo único que hacía era mover su capa con furia, como rabioso por no poder arrastrarle también a él. Entre las sombras de la capucha que los ocultaba, sus ojos brillaron al observar el paisaje desolado a su alrededor, sin que ello alterase para nada su rostro céreo e inescrutable. Hacía mucho tiempo que la vida había huido de aquel planeta, tanto que ya quedaban muy pocos vestigios reconocibles de ella en la soledad triste que ahora ocupaba su lugar. No quedaban animales, ni plantas, y, si aquellos mismos ojos se hubiesen entretenido buscando en lo microscópico, también habrían advertido allí la ausencia de toda presencia orgánica. Y sin embargo...

Sin embargo Espectro sabía que aquello era engañoso. Él había estado antes en aquel lugar, cuando las cosas eran diferentes, cuando ese mundo estaba dentro aún del continuo espaciotemporal, antes de iniciarse el bucle eterno que lo había sumido en la desolación. Y lo sabía bien porque él había provocado todo eso. Él fue el causante de su condena. Pero no había tenido más remedio. Era la única manera de evitar un desastre aún mayor: el fin de todo, de la existencia, del universo entero. El Ragnarök. De no haber tomado aquella decisión, la de enviar al limbo a aquel pequeño planeta, toda la realidad hubiese desaparecido destruida por las fuerzas sobrenaturales que allí se habían desatado.

No se arrepentía de ello, como tampoco de haber condenado también a todos sus habitantes a algo mil veces peor que la muerte. Él era Raguel, la Ira de Dios, y sus actos estaban siempre guiados por la voluntad y la justicia divinas. No era su propósito sentir compasión ni pena, sólo castigar a los culpables, y en mayor o menor medida todos los allí presentes tenían culpas que purgar. Ahora, en cambio, aquello debía ser corregido. Los prisioneros debían ser liberados y reclutados para otra lucha. Aceptarían, claro. No les quedaría otro remedio.

Voló hasta el escenario donde tenía lugar Ragnarök. Asgard era una pura ruina que el demonio Surtr devoraba con sus rojas llamas. Más allá, en los llanos de Vigrid, todavía se libraba la espantosa batalla entre los defensores de la ciudad dorada y los diabólicos ejércitos de gigantes y muertos comandados por Loki. Buscó a los valientes héroes de la Tierra que ayudaban a los einherjer y los aesir y los vio combatiendo en primera línea contra las horribles bestias que acompañaban a las huestes de Hel. Allí estaban todos: Flash, Atom, Hawkman, Wildcat, Green Lantern, Starman, Sandman, Hawkgirl, Hourman... Luchando y muriendo de formas horribles, sólo para ser resucitados una y otra vez en una guerra sin fin que se repetiría hasta que el tiempo mismo dejara de existir. Jormungandr envenenaba a Green Lantern en aquel mismo momento, y Fenrir devoraba a Wildcat. Espectro no hizo nada por impedirlo. Las cosas tenían que suceder así, como ya habían sucedido una y mil veces, y como lo harían muchas más. Además, debía esperar a Waverider, pues sin su ayuda bien poca cosa podría hacer. Sólo él podría detener el tiempo lo suficiente como para que Espectro pudiese actuar.

Entonces vio a Thor en la cumbre de una montaña. Sólo que no era el dios del trueno de aquella ciudad ahora destruida. Era otro. Espectro lo supo al instante. Su presencia allí no debería haberse producido. Algo iba mal, terriblemente mal. Otro Ragnarök se acercaba, además del que sacudía aquel mundo atrapado en el limbo.

Incluso desde la distancia, Espectro pudo ver el rostro confuso y espantado del dios intruso. No era para menos, pues estaba viviendo sin duda su peor pesadilla convertida en realidad. Y también, se dijo, podía considerarse natural su reacción. Después de todo era un guerrero preparado y aleccionado desde su nacimiento para aquello mismo que ahora estaba contemplando. Le vio alzar el brazo poderoso, dispuesto a arrojar a Mjölnir, su mágico martillo. Sobre él, el cielo se oscureció de repente y estallaron los relámpagos.

(continuará, claro que sí...)