Con la tecnología de Blogger.



—¡Papá! ¿Pero qué haces aquí? ¡Nos tenías preocupados!

—Gloria, hija... ¿Cómo me has encontrado?

—¿Creías que podías estar mucho tiempo en el "Línea Uno" sin que yo me enterase? Aleix es amigo mío desde hace muchos años, ya lo sabes, y en cuanto te vio entrar me llamó. No es normal que tú entres aquí... ¿Dónde te habías metido?

—Quería pensar, hija... Tengo muchas cosas en que pensar...

—¿Pensar? ¿En qué? Papá, estás temblando. ¿Te encuentras bien?

—Sí, Gloria, ahora sí... Ven, siéntate conmigo. Tómate algo con tu anciano padre. Es cierto, no suelo entrar aquí. La verdad es que he venido por casualidad.

—Hace horas que te buscamos, papá. Te marchaste esta mañana sin decir a dónde ibas. No has contestado a las llamadas, ni a los mensajes que te hemos enviado. ¿Dónde has estado?

—Ha hecho un día precioso, Gloria. He estado paseando, recordando viejos tiempos, viejas historias, cosas que sucedieron hace toda una vida pero que aún conservo nítidas en la memoria... Es curioso cómo nos funciona la cabeza a las personas mayores: apenas me acuerdo de lo que he comido esta mañana pero en cambio puedo evocar cada palabra de las que me decía mi madre cuando era un niño.

—¿Has comido entonces?

—No lo sé, no me acuerdo...

—Venga entonces, vámonos a casa.

—Espera, hija. Déjame que te cuente antes una historia.

—¡Tú y tus historias! ¿No me la puedes contar en casa?

—No, Gloria, es importante que la oigas... y que la oigas aquí... Te he hablado muchas veces de tu madre, ¿verdad? Pero creo que no te he hablado lo suficiente. Era preciosa, la mujer más hermosa que he visto nunca, o al menos a mí me lo parecía.

—He visto fotografías suyas, papá. Me las enseñaste.

—Oh, no le hacen justicia. Tú has heredado su belleza, su pelo negro, sus ojos grandes y oscuros... Y su dulzura. Era todo amor y bondad, y quizá por eso no entendía que podía haber personas malas en el mundo. Y las hay. Muchas. Personas que son el mal encarnado, que disfrutan haciendo daño, que no soportan la existencia de quienes son dulces e inocentes como lo era tu madre.

—Papá, nunca antes te había oído hablar así...

—Siempre te he dicho que ella murió al nacer tú porque cayó enferma, pero no es cierto. Deja que te cuente, Gloria. Verás, cuando conocí a tu madre ella salía con uno de los guardias civiles acuartelados en la que entonces se llamaba Avenida del Caudillo, la que ahora es Avenida de la Generalitat: se llamaba Antonio Montes, un individuo despreciable, brutal, del que se decía que torturaba a todo aquél que caía en sus manos y que incluso hizo desaparecer a más de un preso. Pero, por alguna razón, con tu madre parecía el más bueno de los hombres, como si con su influencia la fiera que llevaba dentro se amansase. Y no me extraña: era un ángel, y todo lo que tocaba se volvía bondadoso con su presencia... Pero entonces me conoció a mí... Pobre Virginia... Si yo no hubiese aparecido en su vida...

—Papá...

—Estoy bien, Gloria. Mi padre tenía por entonces una pequeña imprenta en el sótano, y junto a él un pequeño grupo de inconformistas confeccionábamos octavillas contra el Régimen. Un día ella me vio en un local repartiéndolas y empezamos a hablar. Creo que el flechazo fue instantáneo y a partir de entonces nos vimos a escondidas. Fueron unos tiempos muy felices, hija mía. Yo me enamoré hasta la médula. Hacía todo lo posible por estar con ella, por verla, por tocarla... Tenía una piel tan suave... Acariciarla era como sentir el roce del cielo en la punta de los dedos... Pobre...

—¿Y qué pasó, papá?

—Que quedó embarazada, hija. Que dejó a su guardia civil. Que nos casamos en secreto. Yo le dije si no temía alguna represalia de su antiguo novio y ella me dijo que él nunca la haría daño... Pero se equivocó. Un día, ya a punto de dar a luz, estábamos los dos en el sótano de mi padre y aparecieron de repente varios de esos malnacidos con sus horribles tricornios en las cabezas y las pistolas en las manos. Al frente iba Antonio Montes y en sus ojos brillaba un odio como jamás he visto en ningún ser humano. Destruyeron las máquinas, se llevaron a mi padre, que acabó fusilado en Montjuic, y a mí aquel hombre terrible me pegó un tiro en la cabeza, que hubiese preferido que me hubiese matado para no ver... Pobre Virginia... Lo que le hicieron aquellos hombres... Dios mío...

—Papá... Papá... No llores... Por favor, no llores...

—Sin embargo ella sobrevivió el tiempo suficiente para que tú nacieses. Tenía tanto amor dentro que no podía permitir que tú no vinieses a este mundo. No sé de dónde sacó las fuerzas... Había tanta sangre... La mía, la suya...

—¡Papá, basta!

—Tampoco comprendí nunca cómo pude sobrevivir yo a aquel disparo. Supongo que en la última décima de segundo debí moverme lo justo para que la bala resbalase por mi cráneo sin llegar a perforarlo. Tuve suerte, mucha suerte, porque he leído que no es algo habitual. Sin embargo hace pocos días supe que había una razón para ello, que tenía una misión en esta vida que debía cumplir. ¿Sabes?, antes de dispararme aquel hombre me dijo que nos veríamos en el infierno, que me esperase allí. No sé porqué, yo le contesté que tal vez él llegase primero. Luego le busqué, pero no pude encontrarle. Le cambiaron de destino y perdí su rastro. Hasta el lunes pasado, que le vi en una calle de Barcelona.

—¿Qué es eso? ¿Una pistola? ¿De dónde la has sacado?

—La tengo desde hace mucho. Décadas. Nunca antes la había usado.

—Huele a... ¡Papá!, ¿qué has hecho?

—He llamado a la policía. Vendrán pronto. Ahora tu madre descansa en paz, Gloria.