Con la tecnología de Blogger.
—¡Mira, mamá, es el capitán Garfio! ¡El capitán Garfio!

Miro al niño que me señala y luego el muñón en que acaba mi antebrazo derecho. ¿Cuántos jodidos mocosos en esta podrida ciudad conocerán o por lo menos habrán oído hablar alguna vez del capitán Garfio, y por qué siempre me tengo que cruzar con alguno de ellos allá donde voy? La madre me observa azorada mientras tira de su hijo para alejarlo de mí, murmurando una disculpa. Les devuelvo una mueca que intenta ser una sonrisa pero que sólo consigue que se apresuren a distanciarse por el sendero del parque. Supongo que ver a un viejo con aspecto de vagabundo sonriendo como un tiburón no resulta nada tranquilizador para nadie.

—La verdad es que te pareces más a él que a quien dices ser —comenta a mi lado Randolph Carter. Los dos estamos sentados en un banco de madera, esperando a que termine de caer la tarde para poder movernos con libertad.

—Vete a la mierda —rezongo—. ¿Por qué me sacaste entonces de aquel sitio si lo dudas?

—Yo no he dicho que lo dude, pero debes reconocer que estás muy cambiado desde la última vez que nos vimos. —Carter sigue arrojando migas de pan a las palomas, que vuelven a acercarse después de echar a volar con la presencia del niño maleducado y su madre temerosa.

—Ya te lo expliqué y no pienso volver a hacerlo —termino con esa conversación, malhumorado—. Tú también has cambiado, y mucho más que yo. Yo por lo menos no necesito ir vestido como un payaso para seguir pareciendo humano.

He sido cruel pero Carter no parece afectado. Incluso ignora mi comentario.

—Esperaba que por lo menos me pudieses decir cómo escapaste del reino del sueño —se limita a decirme—. A mí me costó horrores y eso que era un soñador acostumbrado a entrar y salir de él, pero tú…

—Sí, ya lo sé, ya me lo has dicho: yo ni siquiera debería haber podido hacerlo. Pero aquí estoy. ¿No sería mejor que nos fuésemos ya? Me duele el culo de tanto estar sentado.

El verdadero motivo es que me da dolor de cabeza seguir hablando de esto. Me da dolor de cabeza incluso seguir pensando en ello. Quiero olvidarme de todo. Olvidarme de que salí de un infierno para caer en otro, olvidarme de lo que fui y de lo que soy ahora. Sólo quiero descansar, pasar el poco tiempo que me queda de vida en paz…

Mientras nos levantamos del banco, Carter murmura casi para sus adentros.

—Tiene que haber alguna forma de volver allí. Tiene que haberla…

Pobre, no se resigna a vivir en ese cuerpo que le ha tocado. Menuda pareja hacemos: a él le gustaría volver a ser un hombre y a mí me gustaría volver a ser un niño. Los dos hemos tenido muy mala suerte.

—Claro, no te preocupes —intento animarle a pesar de que no creo ni una sola de las palabras que pronuncio—, ya la encontraremos tarde o temprano.

Me detengo sin embargo cuando veo un cartel pegado con celo a una farola del parque. Es una cuartilla blanca, con la fotografía de un niño en blanco y negro; debajo el nombre de la criatura, y sobre ella la palabra PERDIDO. ¿Perdido? ¿Un niño perdido?

—No sé, Peter, antes tenía la llave de plata, pero sin ella… ¿Peter?

Se vuelve para mirarme. No se había dado cuenta de que me he parado frente a esta farola y ahora parece extrañado. Debo haber palidecido.

—Hay también niños perdidos aquí, Randolph —susurro.

—Los hay en todas partes, Peter —me dice apoyando eso que tiene por mano en mi hombro con afecto.

—¿Y si están allí, Randolph? ¿Y si han ido a NuncaJamás pensando que estoy yo y los espera Garfio?

Randolph Carter no sabe qué responderme.